Adolescencia Ronin 4D 8K

ADOLESCENCIA

Rodadlo integramente con Ronin 4D 8K y Cooke SP3

“Adolescence” es una miniserie de cuatro episodios producida por Netflix, y cada uno de ellos —con una duración de entre 40 y 60 minutos— fue rodado íntegramente en una única toma continua. Apostar por un ‘oner’ extendido para todo un capítulo es una decisión arriesgada: puede naufragar estrepitosamente o convertirse en una experiencia profundamente envolvente. En este caso, el equipo detrás de Adolescence optó por el segundo camino, asumiendo el reto técnico y artístico de filmar sin cortes, tras una meticulosa planificación en cada etapa de la producción. Pero, ¿cómo lograron semejante hazaña? ¿Qué obstáculos técnicos enfrentaron? ¿Y por qué esta elección narrativa tiene tanto peso? Vamos a explorarlo.

Comencemos por el argumento. La serie sigue a Jamie Miller, un chico de 13 años interpretado con una intensidad conmovedora por Owen Cooper, quien es arrestado bajo sospecha de haber asesinado a un compañero de clase. El primer episodio arranca con una redada policial en su casa y se desarrolla en tiempo real: vemos a los agentes irrumpir, subir las escaleras, atravesar a su familia y llevarse a Jamie para interrogarlo en la comisaría. Todo ocurre en una única toma continua, sin cortes, con una coreografía milimétrica donde cada movimiento de cámara, cada diálogo y cada transición están perfectamente calculados.

Aunque la trama de iniciación juvenil no logró atraparme de inmediato, la propuesta visual lo hizo sin demora. No suelo ser de los que ven una serie de una sentada, pero devoré los cuatro episodios de Adolescence sin pausa. Me tomó un momento conectar con la historia, pero la manera en que estaba filmada era en sí misma un relato fascinante. En el segundo episodio, por ejemplo, me descubrí observando la escena desde un ángulo cenital y me pregunté: ¿me perdí un cambio? ¿Fue una toma de dron? ¿Cómo consigues algo así sin cortar? La respuesta, y los entresijos técnicos detrás de esta hazaña, los revela Patthegrip en su cuenta de Instagram, donde muestra cómo lograron mantener la fluidez incluso en los momentos más complejos.”

Aquí es donde entra en juego el DJI Ronin 4D.

En Adolescence, más que el “cómo”, lo que realmente importa es el “por qué”. Porque al final, eso es lo que sostiene cualquier obra creativa con alma: tener algo que decir. Sin embargo, en este caso concreto, la forma de contar la historia no era opcional. No se trataba solo de estilo, sino de una necesidad narrativa. La historia no podría haberse contado —al menos no con esa precisión, con ese nivel de inmersión— sin una herramienta que permitiera seguir el flujo completo de una jornada en tiempo real. Esa herramienta fue el DJI Ronin 4D.

A diferencia de los sistemas tradicionales que requieren gimbal, foco remoto y estabilización separados, el Ronin 4D lo reúne todo en un solo cuerpo: sensor full-frame, enfoque automático con LiDAR, y una estabilización de cuatro ejes que incluye el eje Z. Esta última fue especialmente crucial: suavizaba los rebotes del movimiento a pie, permitiendo al director de fotografía, Matthew Lewis, desplazarse por pasillos escolares, escaleras angostas y espacios sin barandillas ni plataformas, sin sacrificar estabilidad.

El sistema de monitorización inalámbrica también fue vital, ya que permitió reducir al mínimo la presencia del equipo técnico en escena, una condición imprescindible al tratarse de planos secuencia sin cortes. Si te interesa un análisis más detallado, puedes consultar nuestras reseñas completas del Ronin 4D en sus versiones 6K y 8K, así como nuestras pruebas de laboratorio: te lo contamos todo, con datos y ejemplos prácticos.

Desde el inicio

Jack Thorne —cocreador y coguionista de Adolescence junto a Stephen Graham, quien además interpreta al padre— dejó claro que esta no es una historia de “quién lo hizo”, sino de “por qué ocurrió”. El objetivo no era construir un misterio policial, sino acercarnos emocionalmente a Jamie y su familia, no como extraños, sino como una familia que podríamos reconocer como la nuestra.

Pero ¿cómo se logra esa conexión íntima con la audiencia? En una entrevista para el canal de YouTube Still Watching Netflix, Thorne explicó que el formato de plano secuencia cumplía dos funciones esenciales desde la escritura. En primer lugar, impuso una estructura rígida, similar a la de una obra teatral: tiempo, espacio y acción se desarrollan en un único flujo continuo, sin interrupciones. Esa limitación formal obligó a construir cada episodio sin la posibilidad de cortar, reorganizar o cambiar de perspectiva. El espectador no puede escapar: está presente, viviendo los hechos en tiempo real.

Preparación: la clave de una toma continua

Cuando se trata de un proyecto como Adolescence, solo hay una palabra que define el nivel de preparación necesario: meticulosa. Cada escenario debía ser estudiado al milímetro, no solo para planificar la posición de los actores, sino para asegurar transiciones fluidas que no rompieran el plano secuencia. En una entrevista con Screen Daily, el director y productor Philip Barantini explicó que él y el director de fotografía, Matthew Lewis, tuvieron que anticiparse mucho más de lo habitual. En algunos casos, incluso construyeron maquetas a escala —como la de la estación de policía— para ensayar con antelación los desplazamientos de cámara y comprobar qué movimientos eran físicamente viables.

“La forma de trabajar fue muy específica”, cuenta Barantini. “Filmábamos cada episodio en bloques de tres semanas: la primera, dedicada a ensayos con los actores; la segunda, a ensayos técnicos con todo el equipo; y la tercera, a las tomas finales. Hacíamos dos tomas por día durante esa última semana, lo que nos daba unas diez oportunidades por episodio. Aunque en la práctica, en algunos casos llegamos a hacer hasta 16 tomas. Lo curioso es que, casi siempre, la última era la que terminábamos usando”.

De hecho, con la excepción del primer episodio, todos necesitaron más de diez intentos antes de dar con la toma definitiva.

La intención detrás de Adolescence

¿Qué querían realmente contar sus creadores? ¿Y por qué esta historia sigue resonando tiempo después de haberla visto? Todo comenzó con una pregunta lanzada por Stephen Graham: ¿Cómo narramos esta historia en cuatro tomas de una hora y, al mismo tiempo, nos mantenemos lo más objetivos posible? Pero la pregunta de fondo, la más importante —como señala Jack Thorne en Still Watching Netflix— es otra: ¿Cómo llegó este chico hasta aquí?

Adolescence no busca señalar culpables ni ofrecer respuestas sencillas. Lo que propone es una confrontación: ¿cómo puede algo así ocurrirle a una familia que podría ser la tuya, la mía, cualquiera? Una familia reconocible, cercana. Para lograr esa conexión, los cineastas decidieron apartarse: sin cortes, sin música que nos dicte qué sentir, sin artificios emocionales. Solo la cámara, presente, acompañando.

Y esa elección formal marca la diferencia. Porque lejos de manipular, invita a observar. A estar ahí. Esa presencia continua, casi física, es lo que da fuerza a la historia de Adolescence. Una historia que no se impone, sino que te atrapa con una verdad incómoda: esto no es un drama ajeno, es algo que podría tocarnos a cualquiera.


Por qué importa

Importa porque las conversaciones difíciles no siempre empiezan en el mismo lugar ni por las mismas razones. Tal vez eres un padre cuyo hijo acaba de descubrir las redes sociales. O quizás eres un adolescente intentando entender quién eres en medio del caos escolar y digital. Adolescence, la serie de Netflix, ofrece una vía de entrada a ese diálogo. Una invitación a preguntarse cómo algo tan oscuro puede infiltrarse en una familia sin que nadie lo vea venir.

Hablamos mucho sobre el acoso, sobre los peligros de los algoritmos, sobre figuras tóxicas que influyen desde la pantalla. Pero lo que hace especial a Adolescence no es solo que toque esos temas, sino cómo lo hace. Al filmar en tiempo real, sin cortes, sin filtros emocionales, la serie nos coloca dentro de la historia. Y desde ahí, no podemos evitar sentirnos parte de la conversación, estemos donde estemos.

Así que vale la pena hacerse estas preguntas: ¿cuándo deberíamos empezar a hablar de esto? ¿Dónde? ¿En casa? ¿En la escuela? ¿Y con quién? ¿Estamos seguros de que a nosotros no podría pasarnos algo así? ¿De verdad lo estamos?